BATALLAS INOLVIDABLES
Como muchos argentinos de mi generación, durante la infancia, mientras las niñas jugaban con muñecas, los varones nos preparábamos para ser hombres jugando a “la guerra”.
Y así transcurrían aquellos placidos días en medio de batallas: las de las películas de Hollywood, las que se armaban con los soldaditos de plomo, las que leíamos en las historietas y las infaltables de la revista Billiken, para recortar y pegar en el cuaderno escolar.
Curiosamente fue en revistas de historietas sobre batallas y combates que descubrí las mejores cualidades de los seres humanos: el valor, la solidaridad, la piedad, el rechazo a la destrucción y la muerte innecesarios…
La colección “Batallas Inolvidables” creada en 1960, por el escritor Hector G. Oesterheld, fue capaz de enseñarme todo esto a fuerza de tinta y pincel. Es notable como el sensible creador utilizó estas bien documentadas historias sobre batallas verídicas de la Segunda Guerra mundial, para contar y presentarnos lo mejor de la condición humana: su ética y su moral, acompañado por grandes dibujantes argentinos de la época, más el aporte del genial italiano Hugo Pratt.
En sus batallas, relatadas por un imaginario corresponsal de guerra, Ernie Pike, no hay “buenos” ni “malos”, sino jóvenes de distintas nacionalidades que son fatalmente arrojados a luchar unos contra otros por razones nunca bien justificadas, y es en las trincheras, en los encuentros cara a cara, mas allá de los grandes planes estratégicos o de ambiciosas políticas de conquista, donde surge la hermandad que perdona la vida al contrario, que ayuda al amigo herido, que evita la destrucción sin sentido.
En estas historias las culturas se mezclan, se entienden y se admiran por encima de la guerra y la violencia, y así un piloto norteamericano que cría canarios japoneses en Arizona, antes de comenzar un combate explica a su amigo que “siente respeto por un samurai, por su manera de vivir y pensar”, mientras que el marino japonés que aguarda el ataque piensa con tristeza en los amados tulipanes holandeses que cultiva en su país, a los cuales posiblemente no volverá a ver.
Todos los sucesos son humanizados y siempre hay una equilibrada redención para todos, como en el final de la Batalla de Tarawa, en donde norteamericanos y japoneses lucharon y sufrieron por un pequeño conjunto de islotes, perdidos en la inmensidad el Océano Pacífico:
“Eso fue Tarawa: victoria ejemplar para los que atacaron, derrota gloriosa, inmortal para los que la defendieron.
Y en el final de una gran batalla por la conquista de un monasterio benedictino en Italia, nos dice:
“Terminó la lucha por Montecasino. Repaso mis apuntes y pienso si todo lo que aquí se lucho y se sufrió servirá de algo. A primera vista pareciera que no. Aunque uno nunca sabe. ¿Llevará alguien la contabilidad de los heroísmos y las locuras de los hombres?
Yo no he llevado la contabilidad de las innumerables veces que he leído y releído estos emocionantes relatos, pero hasta hoy conservo todos los números de esta colección como un homenaje a este inolvidable creador argentino y comparto su sensible visión humanista y pacificadora con todos los visitantes a esta muestra.
Luis Pereyra
Buenos Aires / 2010