BATALLAS
Desde un punto de vista abstracto, una batalla podría ser el recurso que tiene el destino, para salirse de un camino recto, de una dirección obvia, y a través del choque de tremendas energías de distinto signo, y al costo magro de unos cientos o miles de vidas, buscar un horizonte mas promisorio.
Paradojalmente, durante el transcurso de una gigantesca batalla, el rumbo de la humanidad toda ha dependido de la suerte de una sola persona, de un insignificante momento en el torrentoso fluir del devenir, el cual se repite semejante a lo largo de los tiempos, como para disimular su singularidad.
Así en la batalla del río Gránico, primer combate de Alejandro Magno al frente de su caballería, en su aventura de conquista asiática, fue salvado providencialmente de morir atravesado por una lanza persa gracias a su oficial Clito el Negro.
Y de manera casi idéntica, en América, en el más modesto combate de San Lorenzo, el General San Martin fue salvado de la muerte por el granadero Cabral, quien sería descendiente de una familia de esclavos negros.
¿Cómo podría haber sido nuestro presente si alguna de esas vidas esenciales no hubiera persistido? Como anécdota, alguien podría argumentar que la coincidencia no fue total, pues Cabral murió generosamente y Clito el Negro no. Pero posteriormente Alejandro Magno, durante una borrachera se ocupó de matar a su fiel oficial, y así, aunque grotesca, la simetría fue perfecta.
Resulta curioso que el mundo necesite para su transformación, producir periódicamente remolinos de dolor, gritos, sangre y muerte, que a veces duran unos pocos minutos y a veces muchos años.
Previsora, y para evitar la crítica y la condena eterna por estos oscuros hechos, la historia se ha encargado de moderarlos, enalteciendo y resaltando las acciones heroicas, el valor y la caballerosidad por encima de las conductas aberrantes. Han sido en muchos casos los artistas: los pintores, los dibujantes, los escultores, entre otros, los encargados de esta tarea reparadora, ya que mediante la seducción del arte, un enfrentamiento cruento y violento puede transformarse en algo grandioso y épico, digno de ser admirado en un museo por sucesivas generaciones.
Baste recordar el tríptico que inmortaliza la Batalla de San Romano de Paolo Uccello, los míticos dibujos de la Batalla de Anghiari de Leonardo da Vinci, los minuciosos mosaicos de Pompeya que recuerdan a Alejandro Magno derrotado al gran Darío, en nuestra América, la definitiva batalla de Maipú, luego del mítico cruce de los Andes, registrada por Pedro Subercaseaux, y los minuciosos cuadros de Cándido López, quien sensiblemente transformó sangrientas batallas de la guerra con el Paraguay en puzzles ingenuos, desprovistos de dolor y llenos de color.
Para este Bicentenario, recordando que también la historia de la Patria ha sido construida muchas veces con duros enfrentamientos, con odios y pasiones, y que tantos han dado su vida para ofrendarnos este presente, he querido retomar el exorcismo, redibujando y transformando algunos de esos enfrentamientos en batallas de papel, para que en él permanezcan sin una distinción temporal, fusionados hombres, animales, armas, banderas, tragedias y esperanzas, jóvenes con ancianos, amigos con enemigos, odios con reconciliaciones, en un remolino sin fin de energías condensadas y pacificadas.
Finalmente, y a manera de homenaje, quisiera evocar el magistral legado del General Don José de San Martín, el Santo de la Espada, nuestro padre histórico, quien muy joven comprendió, y así nos enseño con su conducta y su ética, que finalmente las mayores batallas, las mas trascendentes, son las que se libran entre la mente y el corazón.
Luis Pereyra
Buenos Aires / 2010